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Ya está todo listo. Este domingo unas 156 millones de personas podrán definir quién será el próximo presidente de Brasil en un balotaje sin precedentes, donde la principal economía de Sudamérica definirá si continúa el fascismo o si regresa el progresismo al poder, mientras la región observa con atención una elección que marcará el futuro del continente.

En la previa, el expresidente Luiz Inácio Lula da Silva y el actual jefe de Estado, Jair Bolsonaro, llegan con una gran paridad, que no permite anticipar una victoria segura para el líder del Partido de los Trabajadores (PT). Esto, pese a que, en promedio, las principales encuestadoras locales afirman que el histórico sindicalista lograría el 52% de los votos contra el 48% del antiguo militar –el último informe de Datafolha marca un 53% y 47%, respectivamente-. El margen de error está, y Latinoamérica registra antecedentes de sondeos fallidos. Por eso, varias consultoras hablan de “empate técnico”.

Distribuido por regiones, según los números de Datafolha, el hombre del Partido Liberal (PL) ganaría en San Pablo y Río de Janeiro, pero Lula lo haría en Minas Girais, donde, dicen los brasileros, quien gane triunfará en el país. Para los expertos locales, estos son los tres estados bisagras, que varían su apoyo y pueden dar vuelta una votación. «La elección está muy pareja, pero vamos a ganar», confió Lula hace unos días. A su criterio, la clave está en aquellos ciudadanos que todavía no eligieron a nadie: «Estamos luchando por el voto de abstención», reconoció. El 2 de octubre, unos 30 millones de brasileros no fueron a votar, lo que representa al 21% del padrón. Y varios analistas piensan que muchos serían simpatizantes del PT: personas humildes con mayor dificultad para acudir a las urnas.

En el Gobierno actual se entusiasman con poder remontar la elección, después de achicar la diferencia de la última votación. Así, mientras que en la primera vuelta Da Silva se impuso con el 48,4% (57,2 millones de votos), por encima del 43,2% (51 millones) que logró Bolsonaro, el escenario actual es extremadamente reñido y el resultado, incierto.En ese marco, y a sabiendas de que juega de visitante, Lula se lanzó de lleno a buscar el voto evangelista, que tiene a Bolsonaro como favorito. Esto, en un país donde casi el 30% de la sociedad sigue esa corriente religiosa. Frente a ello, el líder progresista escribió una carta pública donde expresó estar en contra del aborto «en forma personal», pero se apartó del tema aclarando que los cambios en la legislación dependen del Congreso.

Las cifras de Datafolha también muestran que entre los evangelistas la imagen del ultraderechista osciló entre el 66% y 62% en los últimos días, mientras que la de Lula fue del 28% al 32%. Entre los católicos, el PT fluctuó entre el 58% y 55%, y Bolsonaro lo hizo entre el 37% y 39%. Esto significa que ambos candidatos sumaron adeptos en sectores que suelen ser más reacios a su figura, pero perdieron votantes en colectivos sociales que parecían ser más afines. Sobre ambos grupos religiosos, hay un 4% de posibles votos en blanco y 2% de indecisos.

En resumen, Lula llega mejor posicionado entre las mujeres (52% contra 41% de Bolsonaro), las personas afrodescendientes (51% contra 42%), los católicos (55% – 39%) y las capas pobres de la sociedad brasilera (61% – 33%).

Bolsonaro es mejor visto entre sectores de mayores ingresos (54% contra el 40% de Lula, en la clase media, y alrededor de un 60% contra menos del 40% para grupos que perciben más de cinco salarios mínimos), personas blancas (54% contra 40%) y evangelistas (62% contra 32%). Estos porcentajes se completan, llegando al 100%, sumando los votos en blanco y los indecisos. Si se discrimina al sexo masculino, las encuestas muestran más paridad.

El cierre de la carrera presidencial estuvo marcado por impactantes actos de violencia política. Uno de los últimos fue protagonizado por el exdiputado Roberto Jefferson, aliado de Bolsonaro, quien se atrincheró en su casa para evitar ser detenido e inició una balacera, que dejó a dos policías heridos. El presidente intentó despegarse de Jefferson, pero Lula afirmó que esto «es la cara de lo que predica Bolsonaro».

En las últimas horas se vio a la diputada del PL Carla Zambelli apuntando un arma dentro de un comercio, en lo que parecía ser una discusión política. En estos meses, ya se habían reportado varias muertes atribuidas a enfrentamientos por motivos ideológicos. El clima está caliente, y los duros intercambios de los candidatos durante el debate presidencial del viernes no ayudó a calmar los ánimos.

Con ese marco, el líder del Partido Liberal quiere lograr la reelección ampliando el acceso a programas sociales, algo que extendió tras la primera vuelta. Sin embargo, de forma reciente el diario Folha publicó que el actual ministro de Economía, Paulo Guedes, planearía establecer un nuevo cálculo para determinar el aumento del salario mínimo, que podría ser menor a la inflación, para aliviar el presupuesto. Esta posible pérdida de poder adquisitivo, que en Argentina es moneda corriente, en Brasil es más extraña.

Entre tanto, una vez más, la derecha agita el fantasma del fraude antes de la votación, tal como lo hizo Donald Trump en Estados Unidos, enturbiando el ambiente. El equipo de Bolsonaro planteó que hay irregularidades en la repartija de publicidad electoral de radio, sosteniendo que varias emisoras se habrían negado a pasar la propaganda oficialista.

Esta versión ya fue rechazada de lleno por el Tribunal Superior Electoral (TSE), por no haber pruebas, afirmando que la acusación se puede calificar como «crimen electoral» para «tumultuar la segunda vuelta». En 2018, Bolsonaro ya había dicho que unos hackers quisieron arrebatarle la elección, y los ejemplos pueden seguir.

A esta altura, parece inevitable recordar lo que pasó cuando el derechista llegó al Palacio de Planalto: Lula, quien lideraba todas las encuestas, fue proscripto y llevado a prisión tras un polémico proceso judicial, tildado de ‘lawfare’ por el progresismo regional. El PT se vio obligado a instalar a Fernando Haddad como alternativa para llegar al Gobierno, sin éxito. Así, Bolsonaro fue elegido presidente y el juez que encerró a Da Silva, Sergio Moro, fue nombrado ministro de Justicia.

Más cerca en el tiempo, el caso fue desmontado y Lula salió en libertad después de 580 días, pero la jugada ya estaba hecha.

 

fuente: ámbito

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