Víctor Hugo Morales estuvo en la Difunta Correa

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La Difunta Correa es sin duda uno de los lugares que más atraen a turistas y también personajes muy conocidos de San Juan. Esta vez, el visitante fue Víctor Hugo Morales, quien llegó este sábado bien temprano a la provincia para reencontrarse con la santa popular.

Según contó el periodista y locutor, conoció el santuario por primera vez en 2012 por curiosidad. El uruguayo recordó su primer viaje y descubrió el lugar como «una loma con un techo que reproduce el sendero un metro arriba de las cabezas de los creyentes y los escépticos».

Morales aprovechó el posteo para retratar lo que significa visitar el santuario sanjuanino y describió «los escalones desperajos. Nada cómodos para subir de rodillas como esa señora».

El relato, que les dejamos completo a continuación, al parecer tiene una segunda parte que incluye el pedido que le hizo a Deolinda. Leé el fragmento completo:

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Fui a conocer a mediados de 2012 el santuario de la Difunta Correa por curiosidad.
Un entrenado turista al que le gusta ver, no podía perderse esa experiencia.
Es una loma con un techo que reproduce el sendero un metro arriba de las cabezas de los creyentes y los escépticos que caminan hasta la escultura.
Hay algo perturbador en la figura.
El silencio que se oye, aun si hay rumor de voces alrededor, imita el viento leve que circula por las montañas de San Juan. Después de mirarla unos minutos, al girar se aprecia la villa que quedó allá abajo y que vive de la Difunta. Los escalones desparejos.
Nada cómodos para subir de rodillas como esa señora, la pareja que viene mas atrás, y la muchachita que cuida a su madre o su abuela mientras cumplen la promesa. Se ve con respeto y discreción a los creyentes. Pero en algún lugar de la conciencia una voz dice que todo eso es una locura. La dialéctica me llevo por caminos inesperados. “¿Acaso la de Jesús no es considerada por los ateos como una más entre tantas leyendas?”, pensé.
Llevo ya cincuenta y cinco años rezándole a Jesús, y creo en él. Me dolían las rodillas. La señora se incorporó a cinco metros de la Difunta Correa agarrándose de un aire que no le ofrecía firmeza.
Ví sus lágrimas ya derramadas en el rostro. Se secó un poco con el dorso de una mano y se quedó de pie, mirándola. Me acerqué. Me situé a su lado. Y ahí nomás le pedí a la Difunta Correa, como para probarla, lo que les voy a contar en la próxima.

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