En los últimos días se conocieron varios casos en Argentina donde grupos de estudiantes planificaban masacres escolares. Estos hechos que se lograron evitar llevaron a recordar episodios que dejaron lamentables huellas. Muchos de ellos fueron en Estados Unidos. Uno de los más graves lo protagonizó un joven quien señaló que los fallecidos y sus compañeros sobrevivientes lo obligaron a hacerlo.

Este hecho que resonó en el mundo entero sucedió un 16 de abril de 2007, en el campus de la Universidad Tecnológica de Virginia. Era un día tranquilo, con nubes en el cielo, cuando pasadas las 7 de la mañana el ruido de los disparos irrumpió en la escena. Estos disparos tenían epicentro en uno de los dormitorios de la residencia, donde Seung-Hui Cho, un estudiante de 23 años nacido en Corea del Sur y criado en Virginia, asesinó a dos jóvenes: Emily Hilscher, una estudiante de veterinaria de 18 años, y Ryan Clark, de 22, un residente del campus que había intentado socorrerla.

Tras ello, hubo dos horas de calma. No se sabía quién lo había hecho o el porqué. Cerca de las 10, concretamente a las 9:40, el ataque fue mayor. El joven coreano fue al edificio Norris Hall, encadenó las puertas desde adentro y en tan solo 10 minutos disparó a mansalva. En su ataque usó dos pistolas semiautomáticas, una Glock 19 de 9 mm y una Walther P22, y cargadores de alta capacidad. El saldo fue la muerte de treinta personas. Luego de ello se quitó la vida. 

De acuerdo con los registros históricos de hechos de esta índole, fue el tiroteo más letal jamás perpetrado en un centro educativo.

Este hecho llevó a una serie de investigaciones sobre el desencadenante. En estos pasos descubrieron que el joven tenía problemas de salud mental. Desde muy pequeño había sido diagnosticado con  mutismo selectivo y ansiedad severa. Sus compañeros lo describían como retraído, silencioso hasta la incomodidad.

Los docentes señalaron que no hablaba mucho pero sí escribía. Los textos que presentaba en sus tareas eran oscuros, violentos y con tintes de resentimiento. Esto había sido alertado a las autoridades de la universidad. Incluso en 2005 fue derivado a evaluación psiquiátrica tras comportamientos preocupantes, como el acoso a dos compañeras. Un juez lo declaró “un peligro para sí mismo y para otros”, pero, en lugar de ser internado, fue autorizado a recibir tratamiento ambulatorio.  Aunque jamás lo siguió.

Nadie informó sobre el diagnóstico. Él siguió con su vida, planificando un cruel final. Se estima que la planificación fue por el armamento y porque antes de la masacre envió un paquete a una cadena de noticias donde incluyó fotos, videos y una carta en la que se posicionaba como un mártir. Denunciaba a los “niños ricos” y la “decadencia” de la sociedad americana. Se refería a la masacre como “una venganza”, por el aislamiento al que habría sido sometido.

Ustedes me obligaron a hacerlo”, escribió. Entre las fotos que envió, fue una de las más replicadas en los medios. En la misma se ve su rostro, serio y desafiante, empuñando las armas frente a la cámara; se volvió una imagen perturbadora.

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