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El martes 18 de agosto a Carlos Ariel Cortez, un carnicero caucetero de 50 años, se le apagaba el mundo por segunda vez. Cuando llegaba para abrir el local de Trozadero El Reino, en diagonal Sarmiento y Juan Jufré, sintió el caño helado y pesado de un arma sobre la sienLe llevaron 85.000 pesos que tenía para pagar la carne con la que se había abastecido el fin de semana. Y tuvo que bajar la persiana sin saber cuándo iba a poder atender.

Hace 10 años tuvo el golpe más grande de su vida: por una mala praxis, una de sus hijas quedó cuadripléjica cuando era recién nacida. “Yo vivo el día a día, no tengo ahorros. Mi sacrificio más grande es por mi hija, que tiene parálisis”, le dice a Telesol Diario.

“ME DIJO QUE TENÍA QUE ESTAR TRANQUILO, SINO ME VOLABA LA CABEZA”

Entre tanta amargura, en tiempos de crisis económica por la pandemia, tres vecinos de la carnicería, que tienen un taller mecánico, le dieron la alegría del año: le regalaron un cheque por $72.000 para que no cierre. “No queremos que dejés de vendernos carne”, le dijeron los muchachos que disfrutan de algún asado laboral gracias al local de Cortez. “En ese momento no me salió otra cosa que llorar y abrazarlos”, cuenta Carlos, y otra vez se le quiebra la voz.

El asalto

“Iba llegando a mi trabajo. Vinieron dos personas en moto. Uno entró corriendo, me encañonó y me pidió el dinero. Me dijo que tenía que estar tranquilo, sino me volaba la cabeza. Son segundos en los que a uno se le pasa por la cabeza la familia”, relata.

Cortez tenía en el bolsillo de la campera 84 mil pesos que guardaba en su casa para pagar parte de la mercadería y $1.000 que le había dado un vecino por un fiado. En ese momento tenía que abonar 92.000 pesos en total. Porque cada vez que hace los pedidos de carne tiene que pagar el anterior encargue. Entonces ese día no pudo abrir.

SIEMPRE TUVE EL SUEÑO DE SER CARNICERO”

El hombre alquila el local comercial y a las herramientas se las provee la persona que lo abastece de carne. “El abastecedor me dio una mano grande, porque yo no tenía un peso para nada. Le hice algunas changas y en agradecimiento me ayudó”, cuenta. “En el ’86 me inicié en Carnes Argentinas. Siempre tuve el sueño de ser carnicero”, asegura Cortez.

“A los 7 años empecé a lustrar zapatos en la diagonal porque después del terremoto (de 1977) mi papá tuvo un accidente laboral y quedó sordo. Cuando pasaba por una carnicería entraba a mirar y le ayudaba al carnicero. Hasta que un día necesitaban alguien para limpieza y me llamaron. Fue algo muy lindo”, recuerda el hombre. Y saca pecho: “Mis tres hijos varones son carniceros también”.

El milagro

Carlos tiene seis hijos. Débora Ana Luz, de 10 años, es la más chica. “Nació bien y después de los 10 días se puso amarilla. La doctora no le quiso hacer una transfunsión de sangre y le provocó un daño irreversible”, cuenta emocionado. El matrimonio decidió no accionar judicialmente, pese al dolor que le produjo la situación.

Pero la vida los iba a sorprender. En el Hospital Notti, de Mendoza, les enseñaron algunas técnicas de equinoterapia. Les regalaron un caballo y decidieron aplicarlo en forma casera. Empezaron a subir a la nena y hacer caminar al animal. Ahí fue cuando ocurrió el “milagro”.

“Esa terapia le reactivó una célula en el cerebro y empezó a agarrar movimiento. Todos sus movimientos son robotizados ahora. Pero ha desarrollado una parte de la inteligencia. Ella no sabe escribir en manuscrita, pero lo hace con computadora. El año pasado pasó de tercero a cuarto en una escuela común y las notas más altas fueron las de ella”, dice con orgullo. La niña es ayudada por una DAI (Docente de Apoyo a la Inclusión). El avance que tiene sorprende tanto en su casa como en la escuela.

DÉBORA NECESITA UNA SILLA DE RUEDAS POSTURAL.

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Cortez cuenta que su hija “ahora come sola, habla y le gusta mucho el folclore”. “Ella sola cambia el televisor con el control remoto y pone novelas”. Para estimularla, su mamá le dice “que tiene que comer sin ayuda y le pide que limpie su pedacito de la mesa”.

Hace algunos meses tuvieron otra alegría: quedaron en el grupo de las 80 familias postulantes para 3 viviendas que había para personas con discapacidad en Caucete. Salieron sorteados en segundo lugar y en diciembre ya tendrán casa propia.

A la niña sólo le falta conseguir una silla de ruedas postural, porque la que tiene es muy precaria y no le sirve. Carlos cuenta que en Incluir Salud le dijeron que no podían generarle la documentación necesaria para que él pudiera tramitar la silla en el Ministerio de Desarrollo Humano.

La solidaridad

“Los muchachos del taller mecánico, que arreglan los móviles de la Policía Comunal, me llamaron y me dijeron: ‘Con tal de que no cierre la carnicería, para que no nos quedemos sin carne, le vamos a prestar un cheque cuando nos pague el municipio, así no se queda sin trabajo’”. Pasaron los días y el préstamo no llegaba.

Mientras tanto, Carlos pensaba en cómo iba a hacer para devolver la plata del cheque y hasta analizaba vender el viejo Dodge 1500, ese del que dice: “Está más roto que yo, pero es lo que tengo para moverme”.

“HEMOS DECIDIDO, DE TODO CORAZÓN, REGALARLE EL CHEQUE”

El hombre trabaja para “pagar el alquiler, la luz y comer”. “No tenía un respaldo, ni plata guardada. Vivo al día. Descanso sólo mediodía en un feriado. La peleo junto a mi familia”. Antes de los horarios rígidos de la pandemia abría a las 7, siendo el primero en hacerlo en su departamento. Ahora trabaja de 8 a 13 y de 16 a 20. Por la tarde, en el comercio que atiende desde hace casi 3 años, lo acompañan su esposa y un hijo, con quienes comparte unos mates.

El martes, Josué, Cristian y Gastón (no recuerda los apellidos) llegaron hasta la carnicería. “Me dieron el cheque y me dijeron ‘hemos decidido, de todo corazón, regalárselo’”. Al contarlo, Cortez se emociona y hace una pausa.

Cuando supera ese nudo en la garganta dice: “Me puse a llorar, los abracé. Nosotros queríamos vender el autito o sacar un préstamo y ellos me lo regalaron. Fue algo grandísimo, porque son personas comunes, como yo. No tienen una empresa grande. Son laburadores de todos los días”.

Hasta el peluquero de al lado de su negocio le había dicho que no tenía ahorros, pero que en ese momento contaba con 20 mil pesos: “Se los doy para que no cierre la carnicería”. A veces, como en la canción, y en las peores crisis, ‘a la gente sólo la ayuda la gente’.

fuente: Telesol diario

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