Parece casi un acto de rebeldía que quede algo de vegetación en Bermejo. Resisten pequeños arbustos, con las hojas teñidas de marrón por la tierra adherida. Los poco menos de 1.000 habitantes que sobreviven en la localidad caucetera resisten cómo pueden a la peor sequía que hayan vivido en su historia. Este verano, las altas temperaturas y la disminución del caudal de la vertiente Nikizanga –que los abastece- fue un cóctel letal para los animales y dificilísimo de sortear para la gente. Hoy en día, dependen de los camiones de Hidráulica que llegan dos veces por semana. Tachos azules de todos los tamaños sirven de contenedores para el agua que les permite seguir habitando este suelo cada vez más hostil.
La principal fuente de agua de Bermejo es la vertiente Nikizanga. La reducción del caudal oscila entre un 75% y un 80%. El agua se almacena en el tanque de la estación vieja de trenes y todos los días, la Unión Vecinal habilita la red entre una hora y dos. A esto se le suma, el agua que transporta los lunes y los viernes Hidráulica. La gente la guarda en contenedores, pero a duras penas alcanza para cocinar, regar y darle de beber a los animales. Durante este verano, hasta los animales murieron víctimas de la sequía. Se registraron también casos de mascotas muertas de sed. Es que, en épocas de máxima escasez y con las temperaturas extremas del verano, el agua se transformó en oro para las familias bermejeras.
Ceferino Contreras es riojano, pero reside en Bermejo desde hace 30 años. Vive en una de las calles principales del pueblo y no recuerda una sequía tan profunda como la de esta temporada de verano. Cuida las vacas que un inversor le dejó para que las engorde, pero la vegetación es tan escasa que el dueño decidió llevarse el ganado. “Se nos han muerto vacas y cabras. No ha llovido en el verano, no crecía ni el pasto. Por eso el dueño de las vacas se las lleva, porque no engordaron nada. Con los camiones llenamos entre dos y tres tachos de 200 litros cada uno, son 600 litros por casa más lo que tenemos por la red”, detalló Ceferino, conocido en el pueblo porque cuando tenía cuatro años se perdió tres días en la montaña.
Sergio Cruz apareció por una calle interna de Bermejo. Con una carretilla. Parecía que los mosquitos no lo perturbaban mientras hablaba. El hombre contó que la vida en el pueblo se ha transformado en una hazaña. “Desde que la vertiente casi no tiene agua, somos un pueblo fantasma. No hay vida, no hay futuro. Las plantaciones no sobrevivieron a esta sequía, muchos animales se nos murieron. No había pasto porque no llovía. Siempre ha sido una forma de sobrevivir para nosotros tener un chivo, un animal, pero ahora ni eso. Es una de las peores sequías de la historia, parece que la naturaleza se ha ensañado con nosotros”, analizó.
No es mentira comparar a Bermejo con un pueblo fantasma. Hay casas cuyas ventanas están tapadas con madera, con cartones y hasta con ladrillos. Según comentaron las fuentes consultadas, son las familias más jóvenes las que partieron a las zonas más agrícolas de Caucete para trabajar en la cosecha. Está el caso de una piba de 19 años. Se llama Brisa Contreras, tiene un bebé de seis meses que se llama Paul Jesús Sánchez. La adolescente vive en una carpa junto al niño en una finca de Caucete. Trabaja para poder comprarle la leche y lo que necesite para sobrevivir.
En Bermejo funciona un centro de salud, una escuela que es primaria, secundaria y también para jóvenes con discapacidad y un puesto policial. Además, está la Unión Vecinal, cuya principal función es abastecer con agua a los vecinos de la localidad.
La zona norte de Bermejo es la más complicada. El agua de la red casi no llega. Dependen casi exclusivamente del agua que lleva Hidráulica. Tachos y contenedores de todo tipo permiten que los Contreras sobrevivan en la casa más al norte del pueblo. Fue tal el impacto de la falta de agua que la mascota de la familia, un caniche, se murió de sed. “Soy nacido y criado en Bermejo. Llenamos seis tanques cada vez que viene Hidráulica. Tenía plantas, se murieron; tenía gallinas, se murieron. No nos queda nada”, relató.
A la sequía y a las escasas oportunidades laborales en el pueblo, que sobrevive gracias a San Expedito, se le suman los precios de la mercadería. Un kilo de papas se vende a $1.000; un kilo de azúcar a $2.000 y un espiral –artículo de primera necesidad por la plaga de mosquitos- a $500.
La vida de Bermejo depende de San Expedito. Llegó a mediados de la década del ’50 por casualidad y gracias a una turista cuyo nombre nunca se sabrá. Hoy la mitad de los habitantes que residen en el pueblo viven gracias a las ventas que generan los puestos ubicados en los alrededores del paraje religioso. No se sabe a ciencia cierta cuándo doña Petronila Mercado de Lucero recibió de manos de una visitante la imagen de San Expedito. Lo que sí se sabe es que gracias a la devoción de Petronila se armó el paraje en honor al santo cuyo origen es desconocido.
En el paraje religioso hay 25 puestos. Todos son manejados por pobladores de la localidad caucetera. Solo durante las festividades religiosas llegan de otros lugares de San Juan para vender en el paraje. Los vecinos que no cuentan con el capital suficiente para invertir para armar un puesto, se dedican a cuidar los autos. Llama la atención la organización de la comunidad, que funciona como una especie de mega cooperativa en la que todos se benefician de alguna forma.
Bermejo era muy conocido por ser un campo lleno de algarrobos, los ingleses fueron los primeros en comerciar la madera. Debido a la venta floreciente, se construyó hasta una estación de tren que distribuía el producto a todo el país. En menos de 5 años, de 50 habitantes el pueblo pasó a tener más de 5.000, familias enteras se mudaron a Caucete para trabajar «en el algarrobo”. Pero el esplendor duró poco. Tanta tala indiscriminada de los ingleses convirtió a Bermejo en un desierto. Ahora es raro ver un algarrobo en pie en esas tierras cauceteras. De los 5.000 habitantes, quedaron solo 300. Después gracias al santo llegaron a los 1.000.
La única esperanza para que los habitantes de Bermejo puedan construir una vida es que la vertiente Nikizanga se reactive. O encontrar alguna fuente nueva de agua que les permita volver a plantar y a tener animales. Así como alguna vez los salvó un santo de la desaparición, hoy los bermejeros rezan por lo imposible en el desierto.
fuente: tiempo san juan
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Bermejo, el pueblo abandonado
Porfelix alvarez
Mar 18, 2024
Parece casi un acto de rebeldía que quede algo de vegetación en Bermejo. Resisten pequeños arbustos, con las hojas teñidas de marrón por la tierra adherida. Los poco menos de 1.000 habitantes que sobreviven en la localidad caucetera resisten cómo pueden a la peor sequía que hayan vivido en su historia. Este verano, las altas temperaturas y la disminución del caudal de la vertiente Nikizanga –que los abastece- fue un cóctel letal para los animales y dificilísimo de sortear para la gente. Hoy en día, dependen de los camiones de Hidráulica que llegan dos veces por semana. Tachos azules de todos los tamaños sirven de contenedores para el agua que les permite seguir habitando este suelo cada vez más hostil.
La principal fuente de agua de Bermejo es la vertiente Nikizanga. La reducción del caudal oscila entre un 75% y un 80%. El agua se almacena en el tanque de la estación vieja de trenes y todos los días, la Unión Vecinal habilita la red entre una hora y dos. A esto se le suma, el agua que transporta los lunes y los viernes Hidráulica. La gente la guarda en contenedores, pero a duras penas alcanza para cocinar, regar y darle de beber a los animales. Durante este verano, hasta los animales murieron víctimas de la sequía. Se registraron también casos de mascotas muertas de sed. Es que, en épocas de máxima escasez y con las temperaturas extremas del verano, el agua se transformó en oro para las familias bermejeras.
Ceferino Contreras es riojano, pero reside en Bermejo desde hace 30 años. Vive en una de las calles principales del pueblo y no recuerda una sequía tan profunda como la de esta temporada de verano. Cuida las vacas que un inversor le dejó para que las engorde, pero la vegetación es tan escasa que el dueño decidió llevarse el ganado. “Se nos han muerto vacas y cabras. No ha llovido en el verano, no crecía ni el pasto. Por eso el dueño de las vacas se las lleva, porque no engordaron nada. Con los camiones llenamos entre dos y tres tachos de 200 litros cada uno, son 600 litros por casa más lo que tenemos por la red”, detalló Ceferino, conocido en el pueblo porque cuando tenía cuatro años se perdió tres días en la montaña.
Sergio Cruz apareció por una calle interna de Bermejo. Con una carretilla. Parecía que los mosquitos no lo perturbaban mientras hablaba. El hombre contó que la vida en el pueblo se ha transformado en una hazaña. “Desde que la vertiente casi no tiene agua, somos un pueblo fantasma. No hay vida, no hay futuro. Las plantaciones no sobrevivieron a esta sequía, muchos animales se nos murieron. No había pasto porque no llovía. Siempre ha sido una forma de sobrevivir para nosotros tener un chivo, un animal, pero ahora ni eso. Es una de las peores sequías de la historia, parece que la naturaleza se ha ensañado con nosotros”, analizó.
No es mentira comparar a Bermejo con un pueblo fantasma. Hay casas cuyas ventanas están tapadas con madera, con cartones y hasta con ladrillos. Según comentaron las fuentes consultadas, son las familias más jóvenes las que partieron a las zonas más agrícolas de Caucete para trabajar en la cosecha. Está el caso de una piba de 19 años. Se llama Brisa Contreras, tiene un bebé de seis meses que se llama Paul Jesús Sánchez. La adolescente vive en una carpa junto al niño en una finca de Caucete. Trabaja para poder comprarle la leche y lo que necesite para sobrevivir.
En Bermejo funciona un centro de salud, una escuela que es primaria, secundaria y también para jóvenes con discapacidad y un puesto policial. Además, está la Unión Vecinal, cuya principal función es abastecer con agua a los vecinos de la localidad.
La zona norte de Bermejo es la más complicada. El agua de la red casi no llega. Dependen casi exclusivamente del agua que lleva Hidráulica. Tachos y contenedores de todo tipo permiten que los Contreras sobrevivan en la casa más al norte del pueblo. Fue tal el impacto de la falta de agua que la mascota de la familia, un caniche, se murió de sed. “Soy nacido y criado en Bermejo. Llenamos seis tanques cada vez que viene Hidráulica. Tenía plantas, se murieron; tenía gallinas, se murieron. No nos queda nada”, relató.
A la sequía y a las escasas oportunidades laborales en el pueblo, que sobrevive gracias a San Expedito, se le suman los precios de la mercadería. Un kilo de papas se vende a $1.000; un kilo de azúcar a $2.000 y un espiral –artículo de primera necesidad por la plaga de mosquitos- a $500.
La vida de Bermejo depende de San Expedito. Llegó a mediados de la década del ’50 por casualidad y gracias a una turista cuyo nombre nunca se sabrá. Hoy la mitad de los habitantes que residen en el pueblo viven gracias a las ventas que generan los puestos ubicados en los alrededores del paraje religioso. No se sabe a ciencia cierta cuándo doña Petronila Mercado de Lucero recibió de manos de una visitante la imagen de San Expedito. Lo que sí se sabe es que gracias a la devoción de Petronila se armó el paraje en honor al santo cuyo origen es desconocido.
En el paraje religioso hay 25 puestos. Todos son manejados por pobladores de la localidad caucetera. Solo durante las festividades religiosas llegan de otros lugares de San Juan para vender en el paraje. Los vecinos que no cuentan con el capital suficiente para invertir para armar un puesto, se dedican a cuidar los autos. Llama la atención la organización de la comunidad, que funciona como una especie de mega cooperativa en la que todos se benefician de alguna forma.
Bermejo era muy conocido por ser un campo lleno de algarrobos, los ingleses fueron los primeros en comerciar la madera. Debido a la venta floreciente, se construyó hasta una estación de tren que distribuía el producto a todo el país. En menos de 5 años, de 50 habitantes el pueblo pasó a tener más de 5.000, familias enteras se mudaron a Caucete para trabajar «en el algarrobo”. Pero el esplendor duró poco. Tanta tala indiscriminada de los ingleses convirtió a Bermejo en un desierto. Ahora es raro ver un algarrobo en pie en esas tierras cauceteras. De los 5.000 habitantes, quedaron solo 300. Después gracias al santo llegaron a los 1.000.
La única esperanza para que los habitantes de Bermejo puedan construir una vida es que la vertiente Nikizanga se reactive. O encontrar alguna fuente nueva de agua que les permita volver a plantar y a tener animales. Así como alguna vez los salvó un santo de la desaparición, hoy los bermejeros rezan por lo imposible en el desierto.
fuente: tiempo san juan
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